07/May/2024
Editoriales

¿Qué crees que pasó?

Noviembre 18 de 1898: Nace en el rancho de Las Cuevas, en Irámuco, Guanajuato, José Fidencio de Jesús Constantino Síntora ‘El Niño Fidencio’, quien llegaría a ser un famoso curandero. Fue hijo de Socorro Constantino y María Tránsito Síntora.  A la edad de diez años quedó huérfano y de sus cuatro hermanos, hizo equipo desde siempre con José Constantino, quien en ese momento tenía ocho años. Su hermana Antonia vivía en Loma Sola, Coahuila, y cuando Fidencio cumplió 15 años se trasladó a esa población, y de allí iba a  estudiar sus tres grados de educación primaria que cursó en el vecino municipio de Mina, Nuevo León. Desde niño tuvo un comportamiento extraño, mostrando serenidad ante la adversidad y orando diariamente. Ya en la escuela, llamaba la atención porque siempre buscaba la forma de curar las dolencias de sus compañeritos, y un amigo que hizo en ese tiempo, llamado Enrique López, lo acercó a la Iglesia de Mina, al grado de que Fidencio y él ayudaban al sacerdote durante las misas, y adicionalmente le enseñaban (se supone que Enrique algo sabía de eso) algunos principios de la medicina herbolaria. 

En la población de Espinazo, que es una Estación del Ferrocarril en el trayecto que comunica por vía férrea a Nuevo León y Coahuila y cercana a Loma Sola, se inició –en la segunda mitad de la década de los años treinta- entre la población humilde, un creciente rumor: un niño con signos de santidad tenía poderes curativos, y además no cobraba. La necesidad hizo crecer el rumor y la comunicación que genera la estación ferroviaria lo potenció, por lo que ese “Niño Santo” pronto se convirtió en un personaje famoso al que consultaban muchas personas de la región. Sus curaciones consistían en tocar con sus manos a los enfermos, rezaba con ellos y les daba dosis de té de gobernadora, una hierba de la región. 

Él decía que no curaba, que era sólo un intermediario de los poderes divinos, por lo que no podía cobrar. Comenzó -según sus pacientes- a extirpar tumores utilizando un pedazo de vidrio de botella y ellos decían no sentir dolor durante las operaciones. Su fama corrió a Monterrey y de aquí como reguero de pólvora por toda la República.

Fue tanto su renombre que el 8 de febrero de 1928, llegó a consultarlo el mismísimo presidente Plutarco Elías Calles, quien se hizo acompañar del gobernador Aarón Sáenz y del general Juan Andrew Almazán. 

A este trío de grandes políticos, el Niño Fidencio les preparó varios brebajes, entre ellos uno de rosas, durando más de seis horas la consulta. 

Desde luego que esa visita presidencial fue muy criticada por la comunidad médica de Nuevo León y los propios funcionarios de salud estatal opinaron que el Presidente corría riego de contagiarse de alguna enfermedad en esa “clínica” no autorizada. De ahí en adelante El Niño Fidencio se convirtió en un mito nacional, y cada mes se refrendaba cuando llegaba un enviado de Calles a recoger las “medicinas” del Señor Presidente. 

La Iglesia no se metió en su contra pues en ese tiempo se desarrollaba un enfrentamiento del cristianismo contra el gobierno de Calles. Este famoso y polémico personaje de El Niño Fidencio murió siendo joven aún (cuarenta años), en Mina, Nuevo León, el 19 de octubre de 1938. 

Existe ahora registrada una Iglesia Fidencista Cristiana y continúan las visitas al centro curativo de Espinazo, a donde van enfermos hasta del sur de Estados Unidos, buscando un milagro de El Niño Fidencio.