20/Apr/2024
Editoriales

La Berenjena

En el medio que pasé mi niñez, la berenjena era un alimento exótico. Ahora ya es cotidiano su consumo, pero luego supe que desde el siglo XIV en Europa, hablar de la berenjena era mencionar, según la versión antigua del gran médico árabe Avicena, a la responsable de enfermedades tan terribles como la lepra. 

Tal vez ese fue el motivo por el que las generaciones anteriores no la procuraban en su dieta. 

De origen indio, la berenjena llegó a Europa por el mediterráneo, comenzando por Italia y luego la península española. “Malus insana” era su nombre que significa manzana insana, y también le decían “manzana de locos”. 

Su problema es su parentesco con otras plantas solanáneas como la belladona, que siempre estaba presente en los brebajes y actos de brujería. Leonardo Fuchsius, el padre científico de la belladona, dijo: “Su simple nombre debe aterrar a quienes se preocupan por su salud, tanto que hasta sus frutos tienen el traicionero color morado o violáceo como la belladona”.

Santa Hildegarda de Bingen, más positiva, recomendaba limitar su consumo tan sólo a remedio terapéutico; en casos de epilepsia se debía poner un trozo de berenjena bajo la lengua. 

Sin embargo, los sefardíes españoles la usaban en ensaladas y en su famoso guiso “almodrote”. De España vino a México y en el siglo XVII comenzó a crecer de tamaño pues antes medía cual si fuera un huevo de gallina. Linneo fue quien la clasificó con su nombre centífico: Solanum melongena. Hoy día muchos la consumimos con cierta frecuencia, y hasta donde entiendo no se produce localmente, así que su presencia en los grandes almacenes dependerá de si el problema de abasto de combustibles se soluciona.