06/May/2024
Editoriales

Obedecer a ciegas tiene sus bemoles

El general Porfirio Díaz fue presidente de México varias veces. A partir del 23 de noviembre de 1876 gobernó al país y este primer periodo de gobierno fue complicado, pues hubo de lidiar con una deuda externa grande, un déficit económico amplio y una deuda interna cuantiosa, derivada de los gastos de la revolución de Tuxtepec, que él mismo había auspiciado. En consecuencia, hubo en esa etapa problemas sociales y hasta revueltas provocadas por la abundante pobreza y una delincuencia sin control, además de algunas divisiones entre los grupos liberales con una enorme necesidad de reorganizar al país. Para 1879 se escuchaba en la capital de la República que se estaba fraguando una insurrección en Veracruz, por lo que Díaz reaccionó enviando al general Luis Mier y Terán - gobernador de ese estado y hombre de todas sus confianzas-, un mensaje con órdenes específicas de que lo investigara a fondo. Así que durante la noche del 24 de junio de ese mismo año, la tripulación de un cañonero que estaba en el puerto de Veracruz se levantó en armas y se hizo a la mar. Mier y Terán, presto a cumplir con la instrucción del señor presidente Porfirio Díaz, los persiguió, sin embargo, la ventaja que le llevaban impidió que los alcanzara.

 Sin embargo, Mier y Terán no podía informar a Díaz que nada había hecho, por lo que tras una breve investigación en el puerto, apresó a unos sujetos que eran sospechosos de ser aliados de los amotinados, y comenzó a fusilarlos uno por uno hasta que un juez se enteró, llegó corriendo a detener la matanza luego de que llevaba nueve fusilados. Ante la inquisición del juez, el general Mier y Terán, contestaba de mala gana las preguntas de la autoridad judicial, hasta que finalmente mostró al juez el telegrama que le había enviado el presidente Díaz, ordenándole: “Mátalos en caliente”. 

 Esta frase corrió como reguero de pólvora no sólo por Veracruz, sino que llegó hasta la ciudad de México, provocando que se alzaran voces calificadas que exigían un ejemplar castigo al general, pues el antecedente de que sólo por sospechas cualquiera podría ser pasado por las armas, era indignante. 

 Sin embargo, todo terminó en nada y el general Mier y Terán continuó gobernando como si nada hubiera pasado. 

 Por su calidad de puerto con muchas entradas y salidas de embarcaciones, en Cuba se supo días después el incidente, y el gobierno cubano le dio vuelo a las versiones que le habían llegado, acrecentando la mala fama del general Mier y Terán.

 

 Era tan grande la molestia en esa Isla, que se colocó la fotografía de Luis Mier y Terán en las cajas de los famosos puros habaneros que se exportaban a Estados Unidos. Semejante propaganda provocó varios incidentes y uno de ellos que un mexicano que tenía cierto parecido al general Mier y Terán estaba hospedado en un hotel de la ciudad de Nueva York, y no faltó quien lo denunciara, por lo que hubo de presentarse el cónsul de México en la Urbe de Hierro para testificar que se trataba de otra persona, pues ya lo estaban corriendo vergonzosamente del hotel neoyorkino. Fuente: Roeder, op. cit., pp. 132 – 138