28/Apr/2024
Editoriales

Un tirón al crecimiento de Monterrey

Una de las buenas medidas económicas que distinguió al porfiriato fue la abolición del sistema de alcabalas, oficializada el día primero de julio de 1896. Esto significó un gran estímulo al comercio, pues los gobiernos estatales ya no cobrarían impuestos a los productos que entraran o salieran de sus territorios.

Claro que las haciendas estatales se debilitaron porque algunas entidades vivían de ese impuesto, y además no podían desaparecer las aduanas interiores para ahorrarse esos gastos, pues el contrabando continuaba y se requería del sistema aduanal estatal.

En cambio, a los comerciantes les alivianó el trabajo porque ya no tenían que pagar las históricas alcabalas ni realizar sus engorrosos trámites como portar guías, pases, registros estatales y otros, para trasladar sus productos por el territorio nacional, pues lo peor era que cada entidad por la que se movieran las mercancías exigía requisitos diferentes.

Para que la Ciudad de Monterrey tuviera ingresos necesarios que solventaran su pesada nómina de trabajadores que brindaban los servicios públicos, correspondió al alcalde, doctor Pedro C. Martínez, crear un nuevo impuesto que fue aprobado por el Congreso del estado, de tres cuartos por ciento de todas las ventas, es decir, gravó el consumo, piedra angular del comercio.

Y lo mejor fue que esto no repercutió al último consumidor, pues los comerciantes organizados de Monterrey acordaron absorber ese nuevo impuesto con sus ahorros del no-pago de alcabalas, así que, a partir del día primero de mayo de 1896, a las arcas municipales llegaron los pagos fiscales correspondientes que permitieron a la Ciudad continuar fuuncionando.

Y no eran pocos los regiomontanos que hubiesen resentido en su nivel de vida la ausencia de servicios públicos, pues en octubre de 1895 se publicó el censo municipal -el más completo de los levaantados hasta esa fecha- en el que se reflejaba que la municipalidad, es decir la Ciudad Capital del estado, más doce haciendas y ranchos, tenía un total de 56 mil 383 habitantes. Sólo en la Ciudad de Monterrey había 8 mil 240 viviendas, en las que habitaban 47 mil 952  personas, de las cuales 23 mil 785 eran hombres y 24 mil 167 mujeres.    

Después de Monterrey las dos localidades más importantes en materia demográfica eran: la región minera de San Pedro y San Pablo con su congregación anexa Zaragoza -hoy El Diente- con 490 casas y mil 736 habitantes, así como la antigua Hacienda de San Bernabé -hoy Topo Chico- con 226 viviendas y mil 140 habitantes.

La prosperidad comercial es un reflejo de la económica en general, pues en Monterrey había empleos que a su vez, llamaban a más y más migrantes de otras entidades de la República, por lo que al llegar el siglo XX, con el fenómeno de la industrialización del acero, la cerveza, el cemento y el vidrio, ya existía un buen número de personas dispuestas a laborar en las fábricas, configurándose un círculo virtuoso de más industrias que propiciaban más migraciones que significaban a su vez más mano de obra. Hasta llegar a ser Monterrey una Ciudad Completa cuya marca industrial rebasó las fronteras del país.