19/Apr/2024
Editoriales

El poderío militar

Tras la Segunda Guerra Mundial, cuyo colofón fue la acción genocida de Estados Unidos contra los japoneses estrenando la bomba atómica, la poderosa nación tenía la exclusividad de tan mortífero artefacto. Sin embargo, en 1949 la URSS detonó su primera arma atómica, iniciando la carrera de las armas nucleares.

Para 1952, Estados Unidos detonó la primera bomba de hidrógeno, mucho más potente que la anterior, y no había pasado un año cuando la URSS hacía lo propio, empatando la nefasta carrera nuclear. Ambas naciones desarrollaron sus propias tecnologías fabricando misiles de largo alcance con capacidad para destruirse mutuamente sin lugar a dudas. Así que el DMA, o principio de Destrucción Mutua Asegurada, era el apoyo de una enclenque teoría de disuasión a favor de la no agresión, pues un monstruo temía al otro.

Esto me recuerda aquel viejo principio que dice: tener una espada fuerte es la única garantía de paz. Sin embargo, los programas de desarme nuclear no son supervisados más que por los poderosos, siendo que los que más tenemos qué perder en una conflagración nuclear somos los que vivimos en las otras naciones, las que buscan sobrevivir en la paz y por tanto no tienen infraestructura para protegerse de ese tipo de ataques. Lo grave del caso es que la nación más poderosa está siendo dirigida por un hombre que no tiene límites y en sus manos está iniciar una guerra en la que no haya ganadores, puros vencidos.