29/Apr/2024
Editoriales

Esopo

Conocemos a los poetas, a los sabios y a los filósofos por sus obras escritas. ‘Las palabras se las lleva el viento y lo escrito queda’ reza un adagio popular, siendo la excepción los tres filósofos mayores: Jesús de Nazareth, Sócrates El Griego, y Esopo, el fabulista.

Los tres son excepcionales porque sus trascendentales ideas siguen repitiéndose y nunca escribieron nada; si podemos leer sus obras es gracias a terceras personas que dedicaron partes de sus vidas a rescatar y escribir sus pensamientos.

De Jesús existen libros integrados a la Biblia cristiana dentro del Nuevo Testamento, conocidos como los evangelios que narran vida, doctrina y milagros de Jesucristo. 

De Sócrates sabemos de sus pensamientos gracias a Platón, Aristófanes y Jenofonte. 

Y de Esopo disfrutamos sus fábulas por cortesía de Heródoto, pues él declamaba de memoria sus fábulas. 

Vivió hacia el año 600 adC., y poco sabemos de su vida; acaso su muerte es lo más concreto porque fue acusado falsamente de robo en Delfos y lo ejecutaron. 

Pasó de ser un esclavo de Yadmón de Samos, a la Corte de Creso, rey de Lidia. 

El Monarca lo envió a Delfos a consultar el Oráculo, a ofrecer sacrificios en su nombre, y distribuir una suma de dinero entre los habitantes de aquella Ciudad sagrada. 

Pero Esopo, viendo la rapiña de sus habitantes no repartió el dinero y lo devolvió a Creso. 

La reacción de los sacerdotes de Delfos fue vengarse escondiendo en el equipaje de Esopo una copa de plata del templo de Apolo y lo acusaron de robársela. 

Esto era un sacrilegio que se castigaba con la muerte, así que Esopo fue ejecutado. 

Su nacimiento lo disputan Tracia, Samos, Egipto y Sardes. Se dice que su aspecto físico era horrible, de cuerpo raquítico, jorobado, y cabeza demasiado grande. 

“Más feo que Esopo” se decía en sus tiempos, y en el Museo Del Prado se encuentra una pintura suya elaborada por Velásquez que aparece un Esopo de figura contrahecha. Heródoto dice que su compañera fue una cortesana llamada Rodopis, quien era amante de Caraxo, hermano de Safo. 

Aristófanes nombra a Esopo en Las Avispas, y en esa comedia uno de sus personajes, Filocreonte, sale a escena memorizando las fábulas esópicas. 

Platón dice que Sócrates versificó las fábulas de Esopo que recordaba. Y Sócrates mencionó: “Dijo Esopo un día a los gobernadores de la ciudad de Corinto que no se dejasen llevar de la opinión popular a la hora de juzgar la virtud”. 

Este concepto sigue teniendo vigencias hasta nuestros días, pues ciertamente la opinión popular muchas veces es ajena a la verdad. 

Esopo fue comensal en el Banquete de los Siete Sabios en casa de Periandro en Corinto, y en Atenas contó frente a Pisítstrato -tirano moderado-, la fábula de las ranas que pedían rey. Los atenienses se prendaron de Esopo y le dedicaron una estatua que esculpió Lisipo. Sus coetáneos veían en Esopo una figura cómica y fue hasta su muerte cuando los análisis le dieron el nivel filosófico que realmente tiene.  

Esopo no inventó la fábula, pero las suyas fueron reunidas por Demetrio de Falero en 300 adC., aunque esa colección se perdió en el tiempo. 

Después Fedro y Babrio escribieron los apólogos de Esopo.

La cigarra y la hormiga; La zorra y las uvas; El granjero y la víbora; El león y el ratón; La liebre y la tortuga; El cuervo y la zorra; La gallina de los huevos de oro; El parto de los montes, y muchas más que persisten al paso de los siglos, traen mensajes atemporales, como: Los dioses ayudan a quienes se ayudan a sí mismos. O No sólo las plumas bonitas hacen hermoso a un pájaro. O Sólo los cobardes insultan al león muerto. 

Es indiscutible que Esopo era un sabio, y que el ser humano sigue siendo el mismo desde siempre, con sus mismas virtudes y sus mismos defectos.