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Juan Manuel, el chofer de ambulancia que se volvió rescatista en 1985

México- Sentado en el comedor de su casa, el señor Juan Manuel Olvera revive los momentos del 19 de septiembre de 1985, cuando luego de ser brigadista se vio inmerso en un derrumbe que lo dejó atrapado durante cuatro horas bajo los escombros.

El operador de una ambulancia de terapia intensiva en el Centro Médico Nacional La Raza, describió que ese día se encontraba en el cuarto piso del nosocomio, sentado en una silla, cuando “un fuerte jalón” lo alertó del sismo de magnitud 8.1.

“Cuando volteo, ya no vi a mis compañeros que estaban frente a mí, ni a las enfermeras y vi como cayó un anaquel, por lo que tuve que brincar para poder salir”, dice.

Conmovido, recuerda que mientras recorría los pasillos veía gente que lloraba, gritaba y rezaba; fue entonces cuando “empezaron las fugas de agua, caían plafones, había mucho polvo y yo trataba de correr".

“Pensaba que se iba a acabar el mundo, porque tronaba terrible todo el edificio y cuando quería acercarme a las escaleras de emergencia me cayó un plafón sobre la espalda y la inercia me aventó cerca de una ventana”, apunta.

Describe que los sismos que se simulan en las películas no tienen nada que ver con la realidad, pues en cuestión de segundos, la destrucción se hizo presente y el polvo prevaleció en cada rincón del hospital.

Después del desastre, continúa, comenzaron a aparecer las brigadas para evacuar a las madres y a sus hijos que se encontraban en los cuneros. “Sólo pudimos bajar por las escaleras de emergencia, las escaleras de un lado del elevador se perdieron completamente.

“El sismo fue a las 7:19 horas y antes de las 9:00 horas los soldados, la policía y la sociedad civil apoyaban como hormiguitas para recuperar a las personas; la unión fue grande”, afirma visiblemente orgulloso.

No obstante, lo que en un inicio fue una muestra de solidaridad y empatía, conforme pasaban los minutos, se hizo evidente, que el número de gente que acudió para atender la emergencia, era equivalente al desorden que prevalecía en las zonas de derrumbe.

“La organización era terrible, todos querían hacer hasta lo imposible por salvar personas, pero en ese ayudar estorbaban mucho o entorpecían las labores de rescate”, señala.

En el Hospital Juárez, la realidad de la tragedia se hizo más latente para Juan Manuel, pues ahí, el juego de la vida y la muerte lo esperaría.

“Era difícil ayudar porque no había una preparación para ese tipo de desastres, además entrar a un edificio en riesgo de derrumbe, era peligroso, no llevábamos ningún equipo de protección, era arriesgar la vida en cada segundo, en cada movimiento”, rememora.

Narra que al inicio fue difícil comenzar los rescates ya que no había nada de herramienta, y tuvieron que esperar unos minutos para tener cubetas, palas y picos.

“La ciudadanía se volcó en llevarnos herramientas, era increíble la forma en que el mexicano puede ayudar”, testifica.

Listo para comenzar el recate de sobrevivientes, Juan Manuel puntualiza que había gente atrapada que lloraba y gritaba, consumida por la desesperación de verse a salvo.

“Lo terrible era la impotencia, la lentitud que sentíamos para rescatar, pero estábamos rebasados por el poder de la naturaleza. Lamentablemente mientras pasaban los minutos y las horas, perdíamos a más personas”, recuerda.

Los días posteriores al 19 de septiembre, “se vivieron como después de un funeral, porque después de enterrar al difunto, regresas a casa y no sabes lo qué pasa, no sabes cómo seguir la vida en ese momento. Y sólo estás por estar”.

Comenta que tres días después del sismo, lo mandaron a una brigada en un edificio en Tlatelolco junto con otras 10 personas sin preparación en rescates.

Comenta que, en ese inmueble, se creía que el cantante Placido Domingo tenía familiares, pues el artista logró que llevaran maquinarias y gente para rescatar a sus seres queridos.

En el lugar, Juan Manuel y sus compañeros entraron por un espacio pequeño, que ahora cree era una ventana; dentro del cuarto, se dio cuenta que nadie estaba preparado para ese tipo de eventos

“Uno de los brigadistas pidió un soplete, mientras los demás trataban de sacar a alguien que según golpeaba como con un martillo, sinceramente yo nunca lo escuché.

“Las personas que trataban de prender el soplete, era obvio que no habían usado uno antes, pues en la parte donde se combina el gas con el oxígeno, tiene su chiste y ellos no lo podían encender.

Los integrantes del grupo creían que el artefacto era como un encendedor, y lo prendían y apagaban, pero después de varios intentos ya se había acumulado gas, por lo que se generó una explosión", dice.

“Yo jamás había estado atrapado, ¡en mi vida! Había una viga de acero, eso nos salvó porque ahí se detuvo un poco la loza. Pero todos nos quedamos a ciegas, era una desesperación inmensa, y lo único que sentía era el polvo de los muros caídos en la cara”, sostiene.

Rememora que el derrumbe los dejó atrapados durante cuatro horas bajo los escombros, “toda una eternidad”.

José Manuel agradece salir vivo de ahí y aprendió la importancia de tener preparación en este tipo de acciones de rescate.

Por otra parte, señala que el sismo del 19 de septiembre del 2017 le tocó en el Centro Médico Nacional La Raza, el cual asegura, quedó con afectaciones luego del desastre natural pues “sólo le dieron una maquillada.

“Las diferencias que noté entre el sismo de 1985 y el del 2017, es que la organización y preparación para estos siniestros, lograron salvar más vidas”, exclama.