27/Apr/2024
Editoriales

Cambia una caricatura el futuro de México

El 17 de julio de 1928 el restaurante La Bombilla de Ciudad de México fue teatro de un incidente que modificó la historia nacional. En aquel entonces tenía un kiosko muy espacioso y en su centro colocaron las cuatro grandes mesas del banquete. Tocaba la orquesta de Alfonso Esparza Oteo, El Limoncito, melodía predilecta del presidente electo Álvaro Obregón, mientras varios diputados guanajuatenses le ofrecían la comida. El ambiente era festivo, y de entre los meseros que iban y venían atendiendo a los comensales, apareció un joven delgado, vestido con un traje de tres piezas, color café, y un carnet en la mano derecha en el que parecía escribir. El único que lo vio con cierto recelo fue el diputado Topete, quien lo creyó periodista, pensando que se trataba de un representante de la prensa provinciana, cuando en realidad era un magnicida a punto de saltar a la fama, que llevaba una pistola cargada y sin seguro en el chaleco a la altura del abdomen.

 Permaneció de pie junto a la mesa de la derecha, sin moverse, como absorto en su ‘labor artística’ y ajeno a lo que pasara en torno suyo. Algunos políticos se dieron cuenta de que no escribía, sino que dibujaba caricaturas.

 Caminó lentamente hacia la mesa de honor y al llegar al extremo izquierdo, cerca de donde se encontraba el diputado Ricardo Topete, que conversaba con Enrique Fernández Martínez, se le acercó para decirle que le había hecho dos caricaturas al general Obregón y una al regiomontano Aarón Sáenz.  

 Le preguntó a Topete qué le parecían y le dijo que después le haría una a él. 

Están bien, le dijo Topete sin darle importancia.

 _Se las enseñaré al general Obregón a ver qué dice, murmuró el hombre, como pidiendo permiso para acercarse a la mesa principal.

 Obregón, el caudillo revolucionario que ya había sido presidente y ahora se había reelecto y que solo esperaba la fecha de su toma de protesta, estaba vuelto a la derecha atendiendo al licenciado Federico Medrano.

 El hombre se interpuso entre los dos y mostró a Obregón las caricaturas, poniéndolas sobre la mesa.

 A las 14:20 horas, Obregón volteó a verlas, contemplándolas por unos instantes.

  Aprovechando que su presencia a nadie preocupaba pues el presidente electo de México lo atendía, el tipo dio un paso a la izquierda, quedando detrás de Sáenz, y violentamente sacó una pistola automática ‘Star’ calibre 35 y disparó al general Álvaro Obregón, que estaba sentado dándole la espalda.

 Fueron cinco o seis disparos, -el número no se había precisado cuando empezaron los interrogatorios- y ni el general Obregón ni los testigos pudieron hacer nada ante la sorpresiva agresión. Cayó sobre la mesa, primero; después se desplomó hacia su costado izquierdo hacia donde estaba el neoleonés Aarón Sáenz y quedó muerto.

 En un momento desaparecía del escenario político y del mundo el genio militar que nunca perdió una batalla en la Revolución Mexicana, que ya había gobernado al país, y había sido electo para retomar las riendas gubernamentales del México pos revolucionario.

 Mientras, el dibujante de caricaturas, Juan Toral, permanecía de pie viendo cómo cambiaba la historia del país.


   Fuente: “El asesinato del señor general Álvaro Obregón”, El Universal, primera sección, México, 18 de julio 1928, p.1, cols. 6-7, col. 1-7.