06/May/2024
Editoriales

Los infundios son criminales

Alexander Pushkin (1799- 1837) es tal vez el mejor exponente de la literatura rusa de todos los tiempos; su narrativa abarca lo mismo obras de sátira como de drama. 

Es difícil determinar quién es mejor entre él, Tolstoi, Gógol, o Dostoyevsky, gigantes de la deslumbrante narrativa rusa. 

La prematura muerte de Pushkin a los 38 años cimbró al mundo de las letras.

Sucedió que el 3 de febrero de 1837 –en San Petesburgo- se batió en duelo con su cuñado Georges d’Anthes, de quien se decía que había tenido una aventura con Natalia, la bella esposa de Pushkin. 

En el duelo Georges sólo fue alcanzado en un brazo por la bala disparada por el escritor, pero Alexander no tuvo tanta suerte al recibir el impacto en su abdomen. 

Las sanguijuelas -método común utilizado por los médicos de aquellos tiempos- aplicadas a su vientre le dieron algo de alivio y el opio un poco más, pero los preocupados facultativos que lo atendieron, diagnosticaron que el autor de la novela en verso Eugene Onegin moriría tres días después del duelo en medio de tremendos dolores. 

Pidió una pistola para acabar con su vida, y le ofrecieron los santos sacramentos. 

Tuvo tiempo de testar a favor de su esposa Natalia y de sus cuatro hijos. 

Antes de morir acostado en un sofá en su casa, murmuró al oído de su gran amor: “La vida se ha acabado”, no sin antes recordar su poema sin título que dice: “¿Y dónde me citará el destino con la muerte?/ ¿en la batalla, en mis viajes o en los mares?”. 

A su muerte, el zar Nicolás I pagó sus deudas y le concedió a su esposa una pensión. Por su parte, Georges d’Anthes fue desterrado, y la moraleja de esta historia es que los infundios siempre son criminales.   

Porque pronto se demostró que no hubo tal infidelidad de su esposa. Era tanta la envidia que despertaba entre los hombres él, y entre las mujeres ella, que alguien inventó ese flirt que terminó siendo un rumor a voz en cuello. 

El mundo perdió a un talento que pudo darle muchas más satisfacciones y motivos para vivir.

Lo más lamentable es que casos así abundan en todas las culturas y en todos los tiempos. En nuestro enmarañada sociedad los infundios son el pan diario; cualquiera con acceso a ciertos medios de comunicación o a redes sociales puede constatar que la exageración es constante y la calumnia, un recurso de odio que se utiliza impunemente.