28/Apr/2024
Editoriales

¿Qué crees que pasó?

Marzo 17 de 1911: regresa Henry L. Wilson, embajador norteamericano en México, a su oficina en la Capital de nuestro país. Pasado cierto tiempo, Wilson declaró en privado que, desde su regreso a la Embajada, la situación política en México había desmejorado bastante. Ejemplifica con el caso del Distrito Federal, en donde anteriormente no se sabía de movimiento alguno para derrocar al gobierno, y ahora que regresó se enteró de que era la comidilla del día. Informó además este funcionario de la diplomacia norteamericana que, contrario a como se pensaba de Estados Unidos, ahora los mexicanos veían con simpatía a ese poderoso país representado por su persona. El gobierno de Porfirio Díaz estaba sometido a presiones sociales crecientes, pues desde la primera semana de marzo trascendió que buscaba suspender las garantías constitucionales para poder perseguir libremente a los revolucionarios. El día anterior -el 16 de marzo- se supo en Washington, por comentario del embajador mexicano en Estados Unidos, Francisco León de la Barra, que había revolucionarios disfrazados de soldados federales, prestos para atacar en la frontera con Estados Unidos, a los efectivos de esa nación que se encuentran apostados previendo algún problema con los revolucionarios. Eran días difíciles, pues el 18 de marzo, Francisco I. Madero, por medio de la Circular número 16, protestó por la posible suspensión de garantías, y advirtió que aquella persona que participe ayudando al gobierno en su afán de persecución a los ciudadanos simpatizantes de la revolución, será tratada en calidad de cómplice, encrespando los nervios de muchos clasemedieros que se sentían entre la espada y la pared . Desde que inició ese año de 1911 se veía venir la caída de Díaz, porque ya había oficializado una amnistía a los rebeldes que depusieran las armas. El activismo del embajador Wilson era una clara injerencia de Washington, pues a él le informaban diariamente diversas instancias políticas nacionales y varios de los voceros de la revolución. El tal Wilson estaba comenzando a tejer una telaraña política, que acabaría atrapando en ella no solo a Díaz, sino también a Madero, en históricos episodios diversos que nos enseñan la filossofía de su país, mismo que no tiene amigos, solo intereses.