29/Apr/2024
Editoriales

¿Qué crees que pasó?

 

Febrero 8 de 1911: Henry L. Wilson, embajador de Estados Unidos en México, informa a su gobierno que brotaron nuevos focos rebeldes en Zacatecas, Veracruz, Chiapas, Oaxaca y Sonora, y agrega que el ejército federal es ineficaz. Ciertamente, la paz era una utopía previamente al arribo del nuevo gobierno de Francisco I. Madero, que sería en noviembre de ese año. Pero este señor Wilson se solazaba con la desgracia de los mexicanos pues su objetivo era desestabilizar la nación para sacar partido, tal como lo hizo luego de la caída de Porfirio Díaz y la llegada de Francisco I. Madero por la vía democrática. Desde luego que el coahuilense no confiaba en el tal Wilson, por eso una semana después envió a Francisco Vásquez Gómez a buscar un acercamiento directo con el secretario de estado norteamericano Philander C. Knox.

Madero pretendía con este acercamiento dos cosas: explicarle que el movimiento revolucionario era una insurrección obligada, justa, nacional y patriótica, además aclararle cuál era la posición de los revolucionarios respecto al gobierno de Estados Unidos. Dos días después, en San Francisco California se llevó a cabo la asamblea general del Consejo de Trabajadores, que resolvió comunicarle al presidente Taft, que el gobierno de Porfirio Díaz suprimió las libertades hasta el grado de que los trabajadores no podían reunirse siquiera. Sin embargo, para desprestigiar también al movimiento revolucionario -ya lo había hecho con el gobierno de Díaz- el cónsul norteamericano de Durango telegrafió al Departamento de Estado, diciendo que los revolucionarios mexicanos habían confiscado las propiedades de la American Smelting and Refining Co. La tradición diplomática es que desde la Embajada Norteamericana se fraguan movimientos clandestinos para ayudar (las menos de las veces) a los gobiernos constituidos de los países, o para provocar incendios políticos (las más de las veces) pues una nación dividida es presa fácil para la negociación política y/o económica. Estados Unidos han tenido dos embajadores nefastos: el botánico J. R. Poinsett, y el publicista maestro de la intriga, Henry Lane Wilson. El primero preparó terreno para la invasión norteamericana y se llevó la planta de Noche Buena, poniéndole su nombre; y el segundo fue quien sembró la intriga que terminó en la Decena Trágica, en la que murió el presidente Madero y el vicepresidente Pino Suárez.