29/Apr/2024
Editoriales

Ser puntual es motivo de orgullo… aunque moleste

Ahora sobran relojes en todas partes, no sólo en la muñeca, o en la torre de la iglesia. Todo aparato electrónico trae el suyo, comenzando con los celulares pero esto es nuevo, así que sólo quienes tengan 60 años o más entenderán mi relato. 

 Cuando yo estudiaba la educación primaria, por un par de meses competí conmigo mismo a adivinar el momento que sonaría el timbre de fin del recreo, para poder disfrutarlo hasta el último minuto. 

 Nada era más satisfactorio que cuando llegaran los demás niños al salón, yo acababa de sentarme y de tomar la libreta en mis manos, pues aunque disfrutábamos lo mismo, yo era el primero en llegar.

 Al principio nadie se había dado cuenta que yo me sentía el campeón, hasta que un chiquillo muy observador al que le decíamos La Pepusa me dijo que ‘si me creía muy salsa por adivinar el tiempo’, pues seguramente mi rostro pleno de satisfacción me delataba.

 Entre ese compañerito y yo jamás hubo buena química (¿qué pasaría con él, que no me acuerdo ni de su nombre real?), pero nunca llegamos a mojarnos las orejas, y aunque yo seguía compitiendo con el tiempo, de ahí en adelante ya mis regodeos eran más discretos.

  Y como todo a esa edad era aprendizaje, entendí por esta y otras experiencias, que para triunfar había qué ver a las niñas como si estuviera enamorándome de ellas, y a los niños darles a entender que yo estaba aburrido de mí mismo.