03/May/2024
Editoriales

El Gran Molière

 Al actor Juan Antonio Alanís Tamez 

 

Todos somos actores, en mayor o en menor medida lo somos, interpretando papeles diversos que la vida nos lleva por necesidad o por nuestro gusto.

  Uno de los oficios más admirables es el de la actuación profesional, y entre los actores, uno es el más representativo porque literalmente siempre se apropiaba de su papel. Me refiero a Jean-Baptiste Poquelin, que fue conocido como Molière. Nació en el París de 1622, pero desapareció de la vida real para dar paso al nacimiento del gran dramaturgo y humorista francés laureado internacionalmente. 

  Nació entre la burguesía y estudió en 1642 en la facultad de derecho de Orleans, pero pronto entendió que lo suyo era la actuación y vivió como actor y director, defendiéndose de las estrecheces económicas propias de su oficio, pero él dedicó su vida al teatro. En su tiempo, Europa se batía entre enfermedades contagiosas: en Inglaterra se presentaban cuadros de pacientes que se creían frágiles y se aislaban de la gente para no chocar con ella, pues temían quebrarse. Conociendo estos síntomas que cundían por todas partes, Molière probó el éxito con una sátira llamada Las Preciosas Ridículas, y luego estrenó Tartufo, irreverente obra que terminó prohibida con solamente quince representaciones. Llegaron los problemas económicos al ser perseguido por varias instancias como la crítica y la Iglesia, pero en respuesta él puso en escena dos obras importantes: El Misántropo y El Avaro o El enfermo imaginario. En la última, Molière se burlaba de sí mismo y de sus propias obsesiones. Su personaje aparecía envuelto en pieles, con un gorro hasta las orejas, apoltronado en su sillón, sometido continuamente a sangrías y purgas por recomendación médica que le diagnosticaba enfermedades como: apepsia, dispepsia, disentería, hipocresía y la hipocondría. Éxito mayor, la sala siempre atestada de público ansioso de ver su magistral actuación de enfermo, despiadado con la pedantería de los falsos sabios, los médicos ignorantes y la frivolidad de los ricos. La tarde del  17 de febrero de 1673, Molière estaba enfermo de veras, y todo el elenco le pedía que suspendiera la función, pero el maestro de la comedia ni se tomó la molestia de contestarles. 

  El enfermo imaginario estaba inspirado, el público reía a carcajadas su actuación, se le olvidaba su miedo a las enfermedades mientras al actor desdeñaba su propia enfermedad. Fue la mejor actuación de su vida, la risa le provocaba tos pero ninguno de sus largos parlamentos quedó inconcluso, tosió y tosió cada vez más fuerte hasta vomitar sangre, cayendo al suelo. La gente vuelta loca le aplaudía a rabiar mientras Molière moría. Cayó el telón y él dejaba este mundo un rato después. Su entrega al arte y profesionalismo siguen siendo ejemplar, y Molière continúa en el vértice de la fama al ser el autor más interpretado de la historia.