
Dice y dice bien, un dicho popular: no es la muerte lo que debemos temer, sino que nunca empecemos a vivir. Todos conocemos casos de personas que han hecho muchas cosas en su vida, pero que nunca entendieron que vivir es algo más que llegar a ser rico. Tal es este caso que sucedió en la segunda mitad del siglo XX, cuando en un pueblo de Nuevo León murió un hombre con una gran riqueza económica. La tristeza campeaba en su velorio, aunque se veían lujos que él no habría autorizado, pues su fama de tacaño se la ganó a pulso.
Entre la escasa concurrencia se advirtió la presencia de su familia -los deudos-, que buscaban tomarse la fotografía con el difunto.
Elevaron la caja de frente para que saliera claro su rostro en la fotografía y que su familia vestida toda de un luto evidente lo rodeaba. Se rumoraba entre los pocos presentes que ese protocolo era necesario para efectos testamentarios.
Al bajar la caja se fueron sus familiares, no sin antes negociar con el gerente de la funeraria para que contratara a un par de señoras plañideras, de las que dan ambiente de tristeza a los funerales. Media docena de trabajadores del negocio familiar serían los encargados de cargar la caja y la bajarían en la tumba, a cambio de un pequeño estímulo económico.
Llegaron al panteón luego del recorrido con la carroza por las calles circundantes de la plaza del pueblo, y ya los esperaba un mausoleo de buen ver, pero inferior al de otros difuntos que tenían menos recursos económicos.
No hubo discurso de despedida y bajaron la caja sin protocolo alguno, ni siquiera de algunas flores encima, se veía que actuaban tal como estaba planeado.
Cerraron la tumba y en el epitafio se lee fríamente: Joaquín Bermejo Reyes, nació en agosto 9 de 1904 y murió el 18 de noviembre de 1983.
Uno de esos observadores incómodos que nunca faltan en todas partes dijo:
_Debieron agregarle alguna cosa más al epitafio.
_¿Qué podríamos ponerle? Le preguntó uno de los empleados encargados del sepelio.
_Pues algo de lo que hizo cuando vivió.
Debo aclarar que no tuve el gusto de conocer a Don Joaquín, pero con sólo saber que hasta su familia tuvo una despedida tan fría en su funeral, me atrevo a decir que, si no le pusieron que vivió, es que realmente no vivió.