16/May/2024
Editoriales

Febrero 8 de 1911: Henry L. Wilson, embajador de Estados Unidos en México, informa a su gobierno que brotaron nuevos focos rebeldes en Zacatecas, Veracruz, Chiapas, Oaxaca y Sonora

Febrero 8 de 1911: Henry L. Wilson, embajador de Estados Unidos en México, informa a su gobierno que brotaron nuevos focos rebeldes en Zacatecas, Veracruz, Chiapas, Oaxaca y Sonora, de los cuales asegura que "obedecen a una dirección central" y agrega que el ejército federal es ineficaz.

Desde luego que tení­a razón este funcionario, la paz era un estatus perdido, pues la lucha revolucionaria estaba en marcha, sólo que este señor se solazaba con la desgracia de los mexicanos puesto que su objetivo era desestabilizar la nación para sacar partido, tal como lo hizo luego de terminada la primera etapa del proceso mediante el cual Porfirio Dí­az cae de la presidencia y accede por la ví­a democrática, Francisco I. Madero.

El coahuilense no confiaba en Wilson, la prueba es que el 15 de febrero siguiente envió a Francisco Vásquez Gómez a buscar un acercamiento directo con el secretario de estado norteamericano Philander C. Knox, para dos cosas: explicarle que el movimiento revolucionario era una insurrección obligada, justa, nacional y patriótica, además para aclararle cuál era la posición de los revolucionarios respecto al gobierno de Estados Unidos.

Dos dí­as después, en San Francisco California se llevó a cabo la asamblea general del Consejo de Trabajadores, que resuelve comunicarle al presidente Taft, que el gobierno de Porfirio Dí­az suprimió las libertades hasta el grado de que los trabajadores no podí­an reunirse siquiera.

Sin embargo, para desprestigiar también al movimiento revolucionario -ya lo habí­a hecho con el gobierno de Dí­az- el cónsul norteamericano de Durango telegrafí­a al Departamento de Estado, diciendo que los revolucionarios mexicanos habí­an confiscado las propiedades de la American Smelting and Refining Co. La tradición diplomática es que desde la Embajada Norteamericana se fraguan movimientos clandestinos para ayudar (las menos de las veces) a los gobiernos constituidos de los paí­ses, o para provocar incendios polí­ticos (las más de las veces) pues una nación dividida es presa fácil para la negociación polí­tica y/o económica.