19/May/2024
Editoriales

La inercia de la burocracia

Cómo recuerdo mi felicidad cuando empecé a trabajar en donde siempre quise.

En cada caso me desvivía por hacer lo mejor: me preocupaba cuando salía mal y lo disfrutaba cuando terminaba bien…

Así se fue pasando el tiempo hasta que, a fuer de atender a todos con alegría, comenzó a hacérseme pesada la repetición ad infinitum de las mismas dos emociones.

No supe en qué momento empezaron a aburrirme y luego a ser indiferentes para mí los problemas del público…

A no preocuparme cuando un solicitante fracasaba, y a no celebrar con el ¡Yes! Junto a los que conseguían su propósito…

Mucho menos me di cuenta cuándo comenzaron los primeros signos de fastidio en mi trabajo de atención al público que trataba de hacer algún trámite en el gobierno… desde las 12 del día, quería que fueran las 15 horas para irme a casa.

Heme aquí atendiendo-escuchando a una señora que no le aceptan el pago de su servicio de agua potable.

Es una lástima que yo me encuentre desconcentrado, porque en otras condiciones seguramente estaría pensando en una solución a su problema. 

_Lo siento señora, consuma menos agua o busque alguna fuga en las tuberías de su casa… el siguiente!

Acaso habrá influido en mi cambio aquella vez que encontré en el pasillo al C. Director de mi departamento -compadre del mismísimo delegado- y lo abordé explicándole que a un pobre anciano le había caído un recibo de luz por 28 mil y pico de pesos siendo que en su humilde casa solo viven dos personas: él y su esposa enferma.

La respuesta del C. Director de mi departamento fue: ¿Y eso a mí qué? Además la energía eléctrica no se cobra por el número de personas, sino por el consumo...