20/May/2024
Editoriales

La inmortalidad de las madres

 _¿Ahora en que nos vamos a mover? Me dijo Jorge Peña cuando se descompuso el vehículo que traíamos en la madrugada del diez de mayo de algún año a principios de los sesenta. 

 _No lo sé, le dije, y apenas llevamos dos serenatas; se me hace que esto ya valió... a esas horas ya no había camiones, los escasos taxis de Monterrey se volvían ojo de hormiga, y el Metro, no existía ni en sueños. 

 Así que estábamos a punto de soltar el llanto, cuando apareció en la esquina de Tapia y Jiménez, Ramiro García con la camioneta pick up de su hermano en la que cabíamos todos, incluyendo las guitarras.

 Éramos además de Ramiro, Jorge, un sobrino de él, y yo, ‘la palomilla’ de la Escuela Secundaria número Uno.

 La reciente partida de Jorge fue una gran pérdida para todos ‘los cantantes’. Además de la hermosa y fraternal amistad, su participación musical era indispensable, pues era la primera voz, tocaba muy bien y llevaba a su sobrino que era el requinto. 

  Me invitaban a formar parte del conjunto más que por mis cualidades musicales, por mi facilidad para conseguir en qué movernos. 

 No me explico cómo es que nomás llega el diez de mayo de cada año, salen de la corteza de mi cerebro todas las canciones -letras y música- de aquel viejo repertorio que olvido durante el resto del año.  

  Si pudiera regresar el tiempo, pediría que hoy fuese el diez de mayo de 1962; (...o 61, o 63). Cómo quisiera volver a sentir aquella emoción de salir de mi casa paterna a las siete de la tarde del día nueve. Conseguir transporte, reunirme con mis amigos, ensayar un par de horas y después de un periplo musical por casi todos los barrios de Monterrey, regresar en la madrugada cantándole a mi querida mamá Gaby su serenata desde la banqueta. Y era así porque mi padre cerraba con candado la reja y era de mal gusto (y peligroso por unas trampas anti – robo inventadas por él), brincarnos todos.

  Este día es grandioso, nos retrotrae el sublime recuerdo de nuestras madres que, como Dios no puede estar en todos los hogares al mismo tiempo, manda en su representación a una madre en cada uno.

  No puede ser casual que todos los humanos digamos la misma palabra para estrenarnos en el arte del habla. El primer vocablo que dicen los alemanes es Mutti, los árabes dicen Umm, los checos y polacos Matka, los hebreos Ima, los griegos Mitera, los holandeses Mama, los portugueses Mae, los japoneses Okaasan, los suecos y daneses Mamma, los ingleses y gringos Mom, los finlandeses Äiti, los húngaros Anya, los chinos Mama, los náhuatl Nantli, los mayas Na’, y los turcos Anne. Es decir, todos aprendemos a hablar diciendo Mamá. 

 

  Y como verdad inconcusa es que nadie muere hasta que nadie nos recuerde, la madre es el único ser inmortal.